Cae lánguida otra tarde de domingo
envuelta en una espesa bruma azul;
caen lánguidas las hojas del castaño
que mece la sutil brisa otoñal.
Las ramas de los álamos suspiran
y gimen sigilosos los cipreses.
Un bando de grisáceas gaviotas
sin rumbo ni memoria surca el cielo.
Las nubes se dispersan perezosas
y lloran en silencio los tejados.
Las horas se suceden impasibles;
desde su torre la vieja campana
resuena melancólica a lo lejos.
Ya dan las seis: tan, tan, tan, tan, tan, tan.
Las siete: tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan.
Las luces mortecinas sobre el lago
reflejan el hastío de la tarde.
Un cisne solitario se adormece
oculto entre las sombras de los sauces.
Fruncidas y teñidas de amarillo
caen lánguidas las horas en otoño
un domingo cualquiera de septiembre.
Comentarios
Publicar un comentario